domingo, 5 de diciembre de 2010

El hombrecillo del café con leche

Estoy leyendo y disfrutando el libro de Juan José Millas Lo que sé de los hombrecillos, y eso me ha recordado un cuento que escribí hace tiempo...




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El hombrecillo del café con leche




Es domingo por la mañana. Primavera. Después de un paseo por la ciudad dormida, me siento a desayunar en una terraza del paseo. Ahora ya empieza a haber más movimiento que hace una hora. Los domingueros más madrugadores comienzan a desperezarse. He pedido un café con leche al camarero. Abro el periódico y comienzo a leerlo. Me gusta leer el periódico el domingo mientras desayuno. No puedo hacerlo durante el resto de la semana, así que disfruto de este sencillo placer como si fuera el mejor de los placeres. Ahora llega ya el café con leche, el camarero lo deja sobre la mesa, junto con un delicioso cruasán – enorme, se me hace la boca agua – y yo cojo el sobre del azúcar, lo agito y lo vierto en el café, remuevo con la cucharilla y doy un sorbo, mmm… buenísimo. Un bocado de cruasán, un sorbo de café, una frase del periódico, un hombrecillo que emerge de mi café con leche… El hombrecillo nada por la taza de café. Después, se sube al borde de la taza y salta sobre el periódico. Se pasea sobre él chorreando café con leche de la cabeza a los pies y dejando huellas de color marrón sobre el papel. Ahora parece interesado en leer un artículo, contempla la foto, la rodea con cuidado de no pisar las letras del artículo, se detiene sobre el pie de foto y lee, flexionando ligeramente la columna y con los brazos en jarras. Meto la cucharilla y rebusco en el café, no vaya a haber otro hombrecillo en él. Parece que no. ¡Maldita sea! Este hombrecillo ha arruinado uno de mis placeres del domingo, ¿quién puede beberse un café del que acaba de salir un hombrecillo del tamaño del dedo meñique? Es como beberse una taza de café donde ha caído una mosca… El hombrecillo es menos asqueroso que una mosca, desde luego, no tiene pintas de vagabundo, lleva traje… ¡Pero a saber donde ha estado antes de meterse en mi café con leche! Además, tampoco puedo llamar al camarero y decirle oiga, por favor, póngame otro café, que este tenía un hombrecillo buceando. Me miraría con cara de guasa y me contestaría: pues tenga cuidado no sea que en el siguiente que le traiga, salga la mujer del hombrecillo…


Mientras tanto, el hombrecillo se deleita con el periódico. Es un hombre delgado, de melena lacia por encima de los hombros, tiene un aire intelectual que lo hace atractivo; lleva un traje negro pasado de moda, pantalones de tubo estrecho y chaqueta también muy ajustada, y no solo porque se le pegue al cuerpo con el pringue del café. La camisa debió ser blanca, pero ahora luce un hermoso color café con leche, por supuesto. Ahora se ha tumbado boca abajo y se ha enfrascado en el artículo de los últimos atentados de Irak. Cualquiera le pasa la página, parece tan interesado…


Después el hombrecillo se cansa, trepa de nuevo por la taza, y, desde el borde, se tira de cabeza otra vez al café.
Me quedo mirando al hombrecillo, embelesada, está nadando tan ricamente en el café… Me entran ganas de nadar a mí también. De zambullirme en ese café con leche, en una mañana de domingo.


Ya estoy en el café. Nado junto al hombrecillo, nado y bebo café, una delicia difícil de explicar.
El hombrecillo me coge de la mano, nadamos hacia el borde y me ayuda a salir de la taza. Saltamos al plato, desde allí, otro salto hasta el plato del cruasán. El cruasán parece el acantilado de una bonita bahía recogida sobre el mar. Vacío el contenido de un sobre de azúcar delante del cruasán y fabrico una playa de arena blanca, blanquísima como las del Caribe, con sus granitos brillando bajo el sol. Nos quitamos la ropa para tumbarnos a tomar el sol. Me gusta este mar de café, algo turbio y marronuzco por las tormentas. Y la arena es más pegajosa que en una playa común, sin embargo, qué gozada es pasear sobre ella con los pies descalzos. Nos zambullimos en el mar y nos libramos de la arena pegajosa que se disuelve para dar más dulzura al café. Una brazada, un sorbo de café. En esa playa de azúcar, café y cruasán transcurre el desayuno más dulce, pegajoso y onírico de toda mi vida.

1 comentario:

Lamberto dijo...

¿Este es el microrelato que leyó Millás? ¿Me hu-millás? Nooooo. Es muy bueno. Realmente bueno. Enhorabuena.
La oveja feroz