domingo, 3 de octubre de 2010

El colegio... ¡Buf!


El primer día de clase, con cuatro años, lloré mucho, yo no quería separarme de mi madre. Me metieron en una clase de diminutos como yo y me sentaron al lado de dos niñas en una mesa redonda de nuestro tamaño, con sillitas alrededor. Las niñas quizá eran Cristina y Yolanda, luego mis grandes amigas, aquel día creo que fue Cristina la que me dijo "no llores" y Yolanda le dijo "Déjala, déjala tranquila" como si llorar fuera natural y supiera que tarde o temprano se me pasaría. Mi madre siempre contaba que cuando en casa me preguntó si había dejado de llorar enseguida yo le contesté toda seria y muy digna: "Me he callado cuando he querido".

No sé, quizá pensaba que eso de la escuela era una traición de mi madre… Nuestro mundo era mucho mejor que el colegio.

Yo llevaba bastante mal lo del cole. En casa se estaba mucho mejor, podías hacer lo que quisieras, pero en el cole había una "señorita" a la que había que obedecer y muchos niños con los que lidiar. Yo era de las niñas buenas, de las que obedecen para no meterse en líos, no me gustaba lo que les pasaba a los otros cuando se portaban mal. El caso es que el mundo del cole no era mi ambiente..

Para desahogarme, en casa jugaba con mis muñecos a la escuela. Los ponía en filas delante de mi pizarra, yo era la maestra y al que ese portaba mal le pintaba la cara o lo ponía cara a la pared, o si era uno de los muñecos que no me gustaban le pegaba un mamporro… Con el mismo mal genio que mis profesoras.

Recuerdo esconderme en casa a la hora de salir por la mañana para que mi madre no me encontrara y así perder el autobús del colegio. Pero mi madre me encontraba, detrás de una puerta o de donde fuera y corríamos escaleras abajo (siete pisos, el ascensor solo era de subida) y pillábamos el autobús por los pelos.

Quizá lo más bonito del cole era el autobús, blanco con muñequitos de Carlitos en cuyos globos los monigotes decían los distintos niveles que impartía el colegio "preescolar" "primero…" " segundo…" "tercero…", "cuarto…", "Hasta ingreso…". Aquello para mi época ya estaba obsoleto, pues yo era ya de la EGB… Los asientos eran de respaldo bajo, pensados para los niños, forrados de eskai marrón caguerilla y eran los únicos autobuses para niños que llevaban cinturón de seguridad, en aquellos tiempos una simple correa de cuero, como un cinturón de pantalón que nos ataban con una hebilla por delante de los tres chicos que nos sentábamos en el asiento.

Una tarde, después de comer, me tumbé en el sofá y me quedé con los ojos cerrados. Todos creían que me había quedado dormida y oía a mi madre decir: "Mírala que a gusto duerme, cómo la vamos a despertar… Bueno, por una tarde que no vaya al cole…" Y así pasó la hora de coger el autobús y luego yo hice como que me despertaba y esa tarde fue una tarde más de libertad.

Desayunaba en la cocina con el reloj en la pared enfrente de mí haciendo pasar rápidamente el tiempo, eran las nueve y cinco y de repente ya eran las nueve y veinticinco y había que salir corriendo para coger el autobús. Mi madre me encorría para que desayunara deprisa. Pero había que masticar lentamente y beberse el riquísimo cacao Suchard de caja azul, con azúcar, y eso llevaba su tiempo.

En el desayuno me gustaba jugar a la ballena. Echaba una galleta en la leche, que hacía de barco y trocitos de galleta encima que eran los navegantes, enseguida todo se ablandaba y entonces llegaba la ballena o sea yo y me iba comiendo a los marineros y el barco y todo con mi gran boca, pescándolos con la cuchara.

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